Quería ir a Berlín. Es
más tenía ganas de ir desde el semestre pasado. ¿Sabes cuándo se te mete una
idea en la cabeza y no puedes sacarla de ahí? Acabas llevándola a cabo. Y tenía
que ir, no había excusas. Me sabía ya de memoria los horarios de autobuses y
tenía elegido el hostal dónde dormir. Solo necesitaba alguien con quien ir. La
gente o ya había estado, o tenía otras prioridades, o clase, o simplemente, no
tenía ganas, por lo que volvía a quedarme sin ir otro fin de semana largo más.
Y al final la idea de ir sola a Berlín se me vino a la cabeza. Me di cuenta en
Estocolmo: viajar sola no tiene por qué ser tan malo, solo tienes que pensar en
que quieres tú.
Asique me decidí, un día
antes, que ese fin de semana largo me iba a ir a Berlín. Y ya está lo hice. Y
no voy a mentir, tenía miedo de perderme (porque si no lo sabéis tengo una
orientación nula), pero no me daba miedo ir sola. Ya en el autobús me di
cuenta: ¿Qué mejor compañía que la tuya propia? Y simplemente empecé a
disfrutar.
No me perdí. De verdad,
en ningún momento. Fui capaz de entender el mapa, de moverme por el metro, de
hacer y ver todo lo que quería. Pero lo sorprendente fue que este viaje de
solitario no tuvo nada. Conocí a gente estupenda con la que compartí todo mi
viaje. Porque no sé si esa será otra de las ventajas de viajar sola, que estas
más abierto, más dispuesto, con más ganas. Y ahora mismo solo tengo la
sensación de felicidad por haberme permitido disfrutar de esta experiencia y no
haberme dejado vencer por el miedo o las dudas.
Y Berlín grandioso, histórico,
cultural. Pero lo siento por esta gran ciudad, este viaje sobretodo lo
recordaré por haber sido destino de mi primer viaje sola.